lunes, 5 de noviembre de 2012

¿Animales de costumbres?



Somos animales de costumbres, generalmente ni cuenta nos damos de eso, pero diariamente seguimos una serie de rutinas que nos hace sentirnos seguros y cómodos. Sin embargo, la vida es exactamente todo lo contrario, un cambio continuo, constante. Hay personas a las que cualquier cosa que represente un cambio en ese ciclo les hace desequilibrarse y sentirse fuera de órbita. Se ven obligadas a modificar su ciclo si es necesario, pero las más de las veces no quieren hacerlo.
 

Es la manía contemporánea de buscar esa comodidad. Palabra maldita. Antonio solo tiene diez meses, pocos días más, y desde hace tres me ha dado una lección de la que de una vez por todas quiero aprender. Susana y yo nos quejábamos amargamente de la mamitis que este niño tenía. Cada noche lo metíamos en su cuna rezando porque nos aguantara unas horas, y sin embargo, siempre antes de que nosotros llegáramos al sueño reparador, ya nos estaba recordando que se había despertado. Buaaaaaahhhhhhhhhh!! Hala, ya se ha despertado. ¿Vas tu o voy yo? Y el niño a la cama. O sea, desastre de noche a la vista.
 

Mis ojeras estaban dejando de ser un atractivo rasgo casi imperceptible de madurez, y se estaba convirtiendo en dos horribles sombras de insomne perpetuo. Yo, y no solo yo, estaba viviendo en mis carnes los efectos negativos de no poder dormir ni un solo día seis horas seguidas. En los cursos siempre repito las palabras de Einstein, “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”. ¿Y por qué no predicaba yo con el ejemplo? Seguramente por las cuatro primeras palabras de este post. Cuesta cambiar. Nos hemos pasado meses así, y por fin el otro día nos armamos de valor. Una vez que los mayores se acostaron, Susana y yo abrimos una botella de vino (teníamos además un disgusto que celebrar), diseñamos una táctica de la noche de batalla que nos esperaba y en la que esta vez no íbamos a claudicar, si el niño protestaba, había que aguantar. Buscamos los tapones para los oídos, nos pusimos pinturas de guerra, nos armamos de paciencia,… y acostamos a la fiera. Efectivamente, sólo una hora después, en pleno desenlace del capítulo de la tercera temporada de Mad Men que estábamos devorando (ya os hablaré de esto en otra entrada), el monstruo volvía a rugir, Buuuuuuuuaaaaaaahhhh!!!. ¡Ánimo! ¡Hay que aguantar! El tiempo empezaba a pasar… y a los cinco minutos de calló. Hasta las 7:30 del día siguiente no volvimos a saber de él. No me lo puedo creer. Ni yo cariño, ni yo. A la noche siguiente, sábado, se despertó a las 8:45. Y esta pasada noche el tío ha dicho a las 8:15 aquí estoy yo.


Entonces, ¡¿Por qué no lo hicimos antes?!! Pues por una razón muy simple. Hace un par de meses hicimos un primer intento y fue un pequeño desastre, estuvo más de veinte minutos llorando y no fuimos capaces de aguantar más. Y esa breve maña experiencia nos hizo acomodarnos en el pasado. En lo que tiene que cambiar.


Vaya lección me ha dado mi hijo. Si hay que cambiar se cambia. Hay que descongelar la situación anterior, y por mucho que temamos, más tarde o más temprano se volverá a recongelar. Sin dramas ni hecatombes. La vida es continuo cambio, y el éxito radica en tu capacidad de anticipación, o al menos adaptación. Si te das cuenta, las últimas conversaciones que has tenido con gente cercana han sido sobre cambios vividos, situaciones inesperadas que acaban de vivirse. Es la constante de nuestro existir, profesional y personalmente. Antonio duerme en su cuna como un lirón, y Susana y yo hemos recuperado la parte de nuestras vidas que corresponde a la noche.
 

Ya estamos planeando pasarlo de cuna a cama….

 

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