Juicios de cualquier tipo sobre el personaje aparte, cuando hace ya algunos años empecé a impartir formación, con asombro y cierta admiración escuché a un alumno que me contaba que José María Ruiz Mateos era un auténtico ejemplo de lo que significa "estar encima" de las cosas. El alumno en cuestión había trabajado con él, y nos narraba que, cada vez que compraba una empresa, se presentaba sin avisar en la misma con un pequeño séquito de ayudantes, y preguntaba al conserje dónde estaba el punto más bajo, subterráneo, del edificio. Una vez allí, buscaba la esquina más lejana, pegaba su espalda a la pared, y comenzaba a caminar, señalando para que se anotase todo lo que necesitaba una reparación: "esa pared tiene que pintarse, esa bombilla está fundida, ..." así poco a poco iba subiendo. Cuando alcanzaba plantas superiores, habitadas por profesionales sorprendidos de la visita inesperada del nuevo dueño, se acercaba a cada despacho, a cada mesa, a preguntar a su ocupante cómo se llamaba y qué hacía en la empresa, y algún dato personal. Con los años, lo que más sorprendía a mi alumno, y desde luego no sólo a él" era que Ruiz Mateos tenía una memoria prodigiosa. Si volvía a cruzarse años después con algunos de estos colaboradores, podía llamarles tranquilamente por su nombre: "Hombre Joaquín, cómo van las cosas por la bodega, y que tal sus dos hijas". De hecho, cuando yo mismo he conocido a profesionales que han trabajado con él, lo normal es que añadieran, "y lo conocí personalmente". Impresionante. Era un ejemplo inequívoco de lo que se dice Dirección por contacto directo.
Una cosa es saber delegar, dirigir traspasando autoridad al colaborador, y dejando que se desarrolle el talento, y otra muy diferente es correr el peligro de abandonar la responsabilidad de saber qué pasa. Y hay muchas formas de enterarse. Como es inevitable que haga un reflejo familiar del mensaje que cada semana trato de transmitir, y como el señor Ruiz Mateos no me toca nada (pero nada de nada), les voy a contar una de esas batallitas que mi querido suegro me cuenta de cuando en cuando, así dejo a los niños tranquilos una semanita.
Su cargo era ser algo así como en Pepito Grillo del Director Regional de un banco de referencia al que mejor no le vamos a poner nombre. Y cuando surgía una operación importante, más allá de los procedimientos formales, el Director le decía a mi suegro que hiciera sus averiguaciones. En una ocasión, se iba a poner en marcha una operación inmobiliaria de gran calibre en la costa andaluza, presentada por varios prohombres de la vida pública andaluza, políticos de primerísima fila incluidos. Solicitaban a la entidad bancaria una suma muy importante, y no era cosa de dejar cabos sueltos. Cuando Carlos, que como ya saben así se llama mi suegro, empezó con sus pesquisas, lo primero que descubrió, no sin sorpresa, es que absolutamente nadie del equipo de Riesgos del Banco se había dignado a levantarse de su asiento para ir a visitar el emplazamiento donde se iba a volcar la inversión. Eran seguro menos de 200 kms, pero nadie se molestó en recorrerlos. Sin duda se estaba más confortable en la mesa del despacho. Por tanto, cogió su coche sin dilación y carretera y manta hacia el lugar de los hechos. Una vez allí, paseando por el terreno, se le acercó un individuo que se presentó como el guarda de la finca. Una vez devuelta por parte de Carlos la presentación charlaron paseando, de esto y de aquello, y entre monólogos y conversación, el vigilante le espetó de repente: "Desde luego aquí la quieren montar bien grande, pero no sé cómo se puede hacer eso porque aquí no hay ni una gota de agua..." ¡Tate! Caballero, me marcho a Sevilla. Y Carlos se despidió. Por supuesto la operación ya no se aprobó, y no porque los análisis económicos desarrollados por los sesudos técnicos del banco desaconsejaran su viabilidad. Simplemente porque alguien se molestó en levantarse de su asiento y fue a ver qué pasaba.
No te quedes en teorías. No basta con tener una alta cualificación, ni que los que nos dedicamos a esto que los ejecupijos llaman el management te demos fórmulas y herramientas. No hay mejor instrumento que la curiosidad y las ganas de hacer bien tu trabajo. El refranero español, lo que nos cuentan nuestro mayores. Ahí es donde siempre vamos a encontrar el mensaje útil. Por ejemplo ese que dice: "El ojo del amo engorda el caballo".